domingo, 13 de febrero de 2022

TRAMPANTOJO

 Recuerdo un Sábado de principios del año 2003. Que más dan las circunstancias que me llevaron allí, lo que importa es que, durante aquel invierno, habité un piso compartido y mi dormitorio de estudiante no tenía ventanas. Era luminoso, la pared frontal era una puerta-ventana orientada al norte por la que se salía a una pequeña terraza que miraba al Coso Alto y al casco antiguo de la ciudad desde su altura sin obstáculos, pero sus paredes laterales de color blanco desnudo estaban tas tristes y vacías como mis secretos sentimientos.

Recuerdo un Sábado de principios del año 2003, cuando a media tarde sentí, por primera vez en mi vida, un deseo irrefrenable de pintar. Deseo imperioso que me costó esfuerzo calmar, porque tenía a mi disposición pinturas pero no pinceles que pudiera usar. Después de desechar ideas absurdas que incluyeron cortarme un mechón de pelo para fabricar uno, comprendí que era mejor aprovechar el paseo con mi perro Fred para ir a buscar uno donde sabía que lo podía encontrar, y esperar del día siguiente que volviera la luz natural.

Recuerdo un Domingo de principios del año 2003 durante el que, a modo de trampantojo naif, abrí una ventana en mi dormitorio a un ocaso que cada tarde pudiera mirar.  

Pocos días pasaron antes de que decidiera que la otra pared también necesitaba una ventana.
Esta vez la elegí sin cristales, abierta la mirada a una marina de luna llena. Sonríe mi vanidad al recordar que, a pesar de mi poca experiencia pictórica, decidí utilizar en este mural solo el color azul y aprovechar el blanco de la pared. 
Al final mi carácter juguetón me llevó a añadirle al azul una gota de amarillo que le diera un apenas perceptible verdor oscuro a la marihuana, y a este verde una pincelada de rojo para la madera de la barca.
La propietaria del piso me comentó, semanas después de que yo abandonara este cuarto, que la casa se había vuelto a pintar, pero que mis ventanas se habían quedado. Nunca más las he vuelto a ver, solo conservo de ellas estas viejas fotos descoloridas.
Dos años más tarde cuando mi hija, Dánae, me enseñó a usar el Adobe Photoshop hice una versión digitalizada de mis ventanas, que son las que fueron vistas en una exposición. Hoy las presento comparadas. La dificultad de la pintura mural era que no cabía posibilidad de errores, fue trabajo de a primera y única mano. La dificultad del dibujo digital fue trabajar sin herramientas, y manejar el ratón a pulso no es nada fácil. 

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