lunes, 28 de julio de 2008

GINGER

No me mires así,
perra mala,
que te conozco,
siempre buscando bronca.

domingo, 27 de julio de 2008

CATALIZADOR



- ¿Puedo ayudarla en algo?
Amanda levantó la cabeza saliendo de su ensimismamiento. Era un muchacho negro guapísimo que había empezado a trabajar en el Salón de Belleza del que era clienta. Se había escapado hasta allí aprovechando que Sofía estaba durmiendo la siesta. Necesitaba con urgencia teñirse el pelo, porque la raya blanca de las raíces crecidas de más de un mes le daba un aspecto descuidado que odiaba. Sara ya la había avisado de que iría el domingo y seguro que no sería la única visita.
- Pues mira, sí. Noto un pinchazo en esta mano. No es que me duela mucho pero me molesta y no acierto a ver de que se trata. ¿Podrías alcanzarme las gafas que las debo de tener en el bolso? - Con un gesto señaló su pelo encrestado untado por completo con la pasta de tinte castaño. - Me iba a levantar yo, pero con este pringue en la cabeza ...
- ¿Cuál es su bolso?
- Uno marrón de ante que lleva una magnolia bordada. Las gafas deben de estar en el bolsillo delantero, el de la cremallera.
El joven volvió pasados un par de minutos. La mujer continuaba observándose la mano izquierda con mucho detenimiento a la vez que pasaba repetidas veces su pulgar derecho por la palma, exactamente en la zona de la base del dedo pulgar.
- ¿Es este su bolso?
- Sí, gracias.
- Pues me temo mucho que las gafas no están.
- ¡Qué rabia! Ahora me acuerdo que he estado cosiendo a mediodía, acortando el tirante de un vestido. Las gafas deben de haberse quedado sobre la mesa.
- ¿Me permite echarle un vistazo? – le preguntó el joven acercando una banqueta para sentarse a su lado.
(Fragmento de la novela "Amanda Erosionada")

jueves, 24 de julio de 2008

PARÁSITOS

Mal elegísteis vuestro anfitrión,
caraduras del reciclaje del desastre.
Aunque vuestra belleza flemática no perduró,
Me deleitó ser vuestra dueña entonces.

lunes, 21 de julio de 2008

LA MAREA

CAPÍTULO VII
Una noche deambulaba insomne, distraído, únicamente los radares de emergencia activados. Sus pasos le llevaron al 31. Era tarde, Cristian estaría a punto de cerrar, tal vez lo convenciera para perder un rato juntos. Nada más entrar en el bar sintió un extraño desasosiego de alerta. Provenía del fondo del bar, donde su amigo conversaba animadamente con una chica que tardó un segundo en recordar de qué la conocía. Imagen de una niña con trenzas chocando apresurada contra él por los pasillos de la escuela de su EGB en Huesca. Era la única cliente en el local así que se acercó a ellos.
- Hombre, hablando del rey de Roma. – el camarero lo saludaba exagerando el ademán de acogida.
- ¿Qué te estaba contando este mentiroso de mi?
Jaime miraba directamente a la chica. Era alta, fuerte, bien musculada, muy guapa. Morena de piel y pelo como él, incluso se le parecía un poco aunque sus ojos fueran de color azul intenso. Nunca se había sentido tan atraído. Sus circuitos ardían, estaba claro que esa chica iba a ser importante en su vida.
- De mentiras, nada. – contestó Cristian. - Le contaba a Sofía que estás loco, tío, que esta tarde te habías enfadado conmigo por una tontería y habías tirado media sandía por la ventana.
- ¡Ah!, era eso. – sonrío recordando la anécdota. Todo había sido actuación. Cristian no sabía que la sandía le había dado a un gitanillo que intentaba robar un móvil olvidado en un descapotable. Se asustó tanto por lo extraño del proyectil que huyó desenfrenado. – perdóname, colega, hasta yo mismo me sorprendo a veces de lo violento que me pongo.
Mucho rato estuvieron hablando esa noche los tres, pero Jaime no tuvo ninguna oportunidad. Estaba claro que esa chica estaba coladita por Cristian. No era la mujer de su vida, sentenció decepcionado. Entonces ¿por qué señales de alerta no dejaban de sonar en sus tímpanos?
- Siempre me ha gustado la gimnasia, los ejercicios de suelo sobre todo. De pequeña deseaba más que nada en el mundo ser campeona olímpica. Pero mis padres me dieron tanto la vara con lo de que dedicara más tiempo a los estudios, que siempre habría tiempo para el deporte, que no he practicado mucho, y ahora ya es tarde.
- Aún podrías serlo, si de verdad lo quisieras. – le sugirió Cristian y ella le respondió con una radiante sonrisa casi cursi.
- No, que va. La edad es importante en la alta competición.
Jaime se embelesó con el mohín decepcionado de esa casi niña. Cortó en seco su sonrisa bobalicona sin dar crédito a su propio comportamiento.
- Bueno, siempre hay formas indirectas de lograr nuestros deseos. - Si había pretendido resultar interesante a Sofía le sonó pretencioso. – mujer, me refiero a la enseñanza. – se apresuró a aclarar cualquier posible mala interpretación. – Dicen que la mayor satisfacción de un maestro es que sus alumnos lo superen. Podrías ser la entrenadora de una futura campeona olímpica.
Jaime hizo un respingo con la nariz. Era un gesto de otra persona, esperaba que Cristian inconscientemente lo identificara y le recordara una conversación que había mantenido hacía unas horas. Era una técnica que estaba experimentando para casos de emergencia, telepatía inducida, y esta vez funcionó.
- ¡Qué casualidad! – Cristian había recordado – un profesor que viene por aquí me ha comentado hace un rato que le había tocado estar en el tribunal de las pruebas de acceso al INEF. Aun debe de estar abierto el plazo de inscripción.
Nadie notó el profundo malestar que empezó a recorrer el cuerpo de Jaime, que apoyó su brazo izquierdo en la barra hasta que tuvo fuerzas suficientes para salir a la calle. Se arrastró pared abajo hasta sentarse en la acera. Una mujer a su lado atisbaba indecisa a través de los cristales hasta que se decidió a entrar en el bar.
- Este año termino el bachillerato. Tío, ¡que fuerte!. Cristian, como pueda ingresar en el INEF te deberé la vida.
- Yo con un beso me conformo.
La entrada de la mujer interrumpió la escena. Sofía saltó de la banqueta corriendo alborozada a su encuentro.
- ¡Mamá!, ¿Ya has terminado las compras? No te vas a creer lo que tengo que contarte...
La conversación continuó en el interior pero las voces no eran más que un incomprensible murmullo atronando el cerebro de Jaime, que no pudo discriminar más que un grave y ralentizado "Adiós", cuando las dos mujeres salieron del bar y se alejaron con paso seguro dirección al coso.
Cristian echó el cerrojo sorprendido por el cambio de humor de su amigo. Lo conocía lo suficiente para saber que esa llegada intempestiva al bar significaba que buscaba acción.
- Mejor lo dejamos para otro día. – Jaime se había recuperado, pero se sentía exhausto.
- Como quieras. Me vendrá bien descansar. Aún no me he recuperado del finde pasado y mañana viernes otra vez.
Empezaron a caminar cabizbajos, en silencio. El asfalto recién regado refrescaba una calurosa noche que se anticipaba en un mes al verano.
- No tengo sueño todavía. ¿Un porro en el parque y a dormir?
- Hecho.
(Fragmento de la novela "Deseos")

martes, 1 de julio de 2008

COMPENSACIÓN

CAPÍTULO XI

Lola dejó de correr. Era inútil continuar, lo había perdido. El autobús de Línea empequeñecía cuanto más se alejaba de la parada. Se detuvo jadeante y sudorosa. Apoyó una abultada bolsa de deporte en el banco acristalado. Se sentó para recuperar el aliento y quitarse del sol de una calurosa tarde de septiembre. La cara entre las manos, los codos apoyados en las rodillas. La mochila le molestaba en la espalda. Se levantó y la dejó caer al suelo al lado de la bolsa. Sopesaba sus posibilidades. Hubiera podido volver al pueblo y coger el autobús al día siguiente, pero ya se había decantado por esperar al transporte escolar y pedirle al conductor que la llevara cuando una furgoneta se detuvo delante de ella. La conducía una mujer que empezó a girar muy despacio, frenó de nuevo y bajó la ventanilla. Ambas se quedaron mirando sin saber cual era el siguiente paso.
- ¿Te llevo a alguna parte?
- ¿Vas a Huesca?
- Claro.
Se levantó como impulsada por un resorte. Iba a dar la vuelta para subir por el otro lado, pero la mujer bajó de la furgoneta.
- Espera. Mejor ponemos el equipaje detrás, que iremos más cómodas.
- Pero yo no puedo pagarte. – comentó tímidamente la joven señalando con la barbilla el cartelito de SP unido a la matrícula.
- No te preocupes, ya no quiere decir nada. Es sólo que se me ha olvidado quitarlo.
Cuando abrió la puerta, algo metido en un trasportín de mascotas empezó a gemir.
- ¿Qué llevas ahí? ¿Un gato?
- No, mi perra.
- ¡Hala, qué maja! Es salchicha, ¿Verdad?
La mujer afirmó con la cabeza mientras ocupaban ya los asientos delanteros. La joven, vuelta hacia atrás, no dejaba de hacer caricias a la perrita a través de la portezuela enrejada.
- ¿Cómo se llama?
- Frida. Abróchate el cinturón, por favor.
- ¡Ah, sí! Qué casualidad que pasaras por aquí. He perdido el autobús y ya me estaba resignando a tener que volver a casa.
- En realidad no tengo ni idea de cómo me he salido de la autovía. Cuando me he querido dar cuenta estaba en una vía de servicios. Este pueblo se llama San Jorge, ¿no?
- Sí. – tras un momento de silencio, la chica añadió. - Es fácil que pase.
- ¿El qué?
- Salirse de la autovía. Sólo con que te despistes un poco...
¿Un poco? Amanda se dio cuenta de que desde que había salido de Zaragoza no había hecho otra cosa que pensar en sus asuntos. Había conducido con el piloto automático. Sofía volvía de nuevo a Madrid. El curso comenzaba y ella se quedaría de nuevo sola. Había disfrutado tanto con su hija durante el mes de agosto. Primero la cabaña del bosque y luego dos semanas de vacaciones en Galicia. Lo había sugerido Sofía. Dijo que no soportaba más estar en Huesca, que necesitaba salir de allí como fuera. El tal Cristian se escondía tras esta precipitada huída, seguro. Agradecida estaba a aquel desconocido mujeriego que le daba la oportunidad de iniciar una relación de amistad con su hija. ¡Cuántas cosas habían hecho juntas! Si hasta se había dejado convencer para hacer rafting. Desde que la Danza le había descubierto sus posibilidades físicas, Amanda había perdido gran parte de sus miedos.
- La verdad es que soy conductora novata – Había recordado que llevaba una pasajera, ya no podía despistarse, tenía que mantenerse atenta a la conducción – He estado a punto de decirte que te llevaba si conducías tú.
- Yo no tengo carné.
- Mujer, ya lo supongo. Era una broma. – Sonriendo añadió – Me llamo Amanda, ¿y tú?
- Lola.
- ¡Anda! Como mi madre.
- Bueno, mi nombre no es Dolores.
- ¿Cómo te llamas, pues?
La chica comenzó a tararear una vieja tonada. La mujer la miraba sin comprender.
- ¿No lo adivinas? ¿No conoces la canción? - Siguió tarareando.
- ¿Amapola? – Preguntó Amanda sonriente.
- Sí, tía, no te rías.
- Si no me rió. En realidad me parece un nombre muy curioso. Creo que no conozco a nadie que se llame así.
- No, ni yo tampoco. Me lo puso mi madre, que entonces debía de tener muy buen humor. Me contó que la primera imagen que recordó al despertar del Pentotal del parto eran los inmensos campos de trigo manchados de rojo que había visto desde la ventanilla del taxi camino del hospital. Se incorporó en la camilla gritando "amapolas" dándole un terrible susto al ginecólogo que exclamó "bonito nombre para una pelirroja, si señor", y así me bautizaron.
(Fragmento de la novela "Amanda Erosionada")