viernes, 14 de abril de 2023

MEJOR ANDANDO QUE EN BICI

    Yo, la verdad, nunca he sido muy ciclista. Aprendí su manejo ya adulta y tuve esta Orbea de paseo, que la maternidad y las circunstancias laborales relegaron al trastero hasta que empezó a oxidarse y acabé regalándola.
    Esta semana la bicicleta ha estado muy presente en mis conversaciones porque he estado chateando, en red social, con dos amigos que se quejaban de los problemas de circulación de los ciclistas urbanos. Yo entiendo sus quejas, pero afirmo que somos los peatones los que más peligro e inseguridad padecemos ya sea en las zonas peatonales, aceras, plazas, parques y jardines de esta caótica ciudad.
    He recordado una anécdota ciclista de mi adolescencia que siempre me ha divertido contar.
   Yo tendría quince años, la niña bonita, cuando los amigos propusieron una tarde de verano escaparnos en bici a las fiestas de Cuarte. Yo no tenía bici, pero mi amigo Tony se ofreció a llevarme en la barra de la suya.
   Muchos oscenses recordaran todavía una recta de la carretera que discurría muy pendiente, giraba 90º a la izquierda y luego continuaba recta. A la ida subimos la cuesta andando porque faltaban fuerzas para compensar mi peso tan adelantado.
  La vuelta fue ya anocheciendo y a la bici le fallaban los frenos. Cuando nos acercábamos a la pendiente ahora de bajada, Tony observó que subía un coche y, muy prudente, decidió que mejor parábamos en la cuneta hasta que pasara y evitarlo de bajada muy rápida.
    Apenas desmontamos cuando el suelo se fue abriendo a nuestros pies por el peso y acabamos los tres, Tony, la bici y yo, tal como estábamos pero medio metro más abajo y con el agua hasta las rodillas. La falsa cuneta era una acequia tan cubierta de maleza que engañaba suelo firme.
   Al llegar a Huesca Tony me pidió que lo acompañara a casa para explicar lo sucedido pues su pantalón dejaba muy evidente el remojón. Su madre nada más abrir la puerta empezó una bronca desmedida mientras le ordenaba pasar y cambiarse para no manchar. Luego me miró a mí y me preguntó con el mismo tono enojado:
    - ¿Tú también te has mojado?
    Mi pantalón blanco disimulaba muy bien y por miedo contesté 
    - No, yo no.
    - Pues entra - me ordenó.
   No supe negarme y despedirme como era mi intención. Mientras caminaba por el silencioso pasillo, flemática escuchaba como mis pisadas delataban con un chaf-chaf chaf-chaf que mis maripís estaban hartas de agua.
    No hubo consecuencias. Al llegar a mi casa a mi madre le mentí que me había mojado en una fuente y admitió la excusa que no creyó, incluso cuando a la mañana siguiente observó la manchas seca que había dejado en mi pantalón el neumático apoyado en mi pernera.

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