Retrato de Marcelino Sesé Buil
De entre todos los miedos que he conocido el que todavía me acecha desde niña, casi controlado quiero creer, es el miedo a los cohetes petardos y a todos los sustos provocados por explosión sonora en general.
No es el ruido en sí lo que me asusta, sino el propio susto y la angustia de saber que de nuevo se puede o se va a producir. Por eso una persona con un globo entre las manos me puede sumir en un estado de terror incontrolable, mientras que puedo soportar sin problema el estruendo de un concierto de bombos y tambores.
La llegada de las fiestas me angustiaba. Me costaba salir de casa porque la ciudad sonaba como si estuviera en guerra por esa arcaica costumbre de celebrar al Santo Patrón con el estruendo del ejercito victorioso. Al principio solo eran las fiestas mayores, las de San Lorenzo, pero con el establecimiento en la ciudad de un negocio de pirotecnia fueron muchas otras las que se unieron a los disparos de tracas y fuegos artificiales de celebración, San Vicente, Reyes Magos, las fiestas de los santos de cada barrio, e incluso se pusieron de moda los petardos a la salida de las iglesias de los novios en las bodas.
Constantemente aparecían nuevas cruces rojas de miedo marcando aumento de fechas en mi calendario.
Después de sentirme tantos años ridículamente cobarde, descubro que se trata de un síndrome mucho más común de lo que yo creía y que describe los síntomas que yo argumentaba para explicar mi miedo, " es que me duelen hasta los brazos"
El origen de mi angustia y de mi miedo es que soy hipersensorial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario