En conmemoración del centenario de tu nacimiento, papá, comparto este recuerdo de tu generosidad:
Siete años recién cumplidos tenía yo cuando celebramos mi primera comunión junto a mi hermana Tere y mi prima Toña. No íbamos vestidas de princesas, sino de monjitas de hábito blanco porque, por parentesco de clausura, fue un acto muy especial, y me atrevo a decir que único, en el convento de Santa Clara.
El convite celebrado en el restaurante Caserío Aragonés presentaba de segundo plato en el menú, sin excepción infantil, medio pollo asado con patatas a lo pobre. Yo miraba atónita mi refrigerio sin saber por dónde comenzar la ingesta, cuando tú y sólo tú, testigo de nuestra incertidumbre, dejaste la fiesta adulta y te acercaste a nosotros, para uno a uno, trinchar nuestro pollo y resolver nuestro problema.
Gracias, papá, nunca olvidado.
Lástima de sol de frente que dominaba nuestro gesto
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