Me gusta tanto la exuberancia de este coleo, que hace unos días decidí llevarlo a mi rellano para protegerlo no solo de las amenazantes heladas, sino también de la sequedad del ambiente de calefacción del interior de mi vivienda. A ver si consigo que sobreviva al invierno.
Cada vez que abro la puerta, la escasa corriente que se genera agita levemente sus hojas, parece que se alegra de verme desde la soledad de la escalera.
Me hace gracia, olvidada de su nuevo emplazamiento también me sorprendo de verlo allí. Sonrío y lo acaricio un instante repitiendo las zalamerías que solemos reservar para las mascotas.
Me gusta ser agradecida
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