- ¿Y tú Amanda? ¿A qué taller te vas a apuntar?
La mirada directa y maliciosa de Ismael cogió a la mujer por sorpresa. Hacía un rato que despistada no escuchaba. La conversación la había puesto nostálgica. Se recordaba a sí misma a la edad de su hija. Inquieta, con ganas de hacer cosas, de aprenderlo todo.
- ¿Quién, yo?
- Sí, claro. También debe de haber una oferta que te atraiga a ti, ¿no?
- Bueno..., alguna, pero es que no se me había ocurrido que yo pudiera inscribirme.
- ¿Por qué?
- ¿No son actividades programadas para jóvenes?
- No hay límite de edad. – Ismael negaba con la cabeza, desafiante, provocativo.
- Venga sí, mamá. Sigue tus propios consejos. ¿No estás siempre con lo de que hay que desarrollar aptitudes?
El peso del argumento de Sofía no dejaba lugar a excusas.
- Tienes razón. Déjame que vuelva a leerlos. – cogió el folleto, pero enseguida se lo devolvió a su sobrino con gesto desdeñoso. – Anda Gelo, léemelo tú, que no veo bien esta letra tan pequeña.
- ¿Por qué no vas al oculista, mamá? Está claro que necesitas gafas.
- Si ya las tengo, que fui la primavera pasada.
- No sabía nada. – se extrañó su hija - ¿Y por qué no te las pones?
- Porque veo perfectamente.
- Venga mamá, si el otro día sacabas medio palmo de lengua para enhebrar la aguja.
- Anda, déjame en paz y ríete de tus cosas.
Amanda reaccionaba con suspicacia a los sarcasmos de su hija, sin llegar a enojarse. Era verdad que puntualmente necesitaba esas gafas, pero la mayor parte del tiempo se apañaba bien sin ellas, le daba pereza ir a buscarlas para un momento. Además no le gustaba como le sentaban, no le favorecían, parecía la profesora que nunca había llegado a ser a pesar de haber terminado la carrera con muy buenas notas.
– Gelo, cariño, léemelos tú, - Lo pedía exagerando adrede el tono de voz para remarcar su ironía - tu anciana tía no puede ver bien estas minúsculas palabras escritas sobre fondo oscuro.
El muchacho empezó a titubear la lista de actividades. Estaba claro que tenía serios problemas para leer. Todo habían sido malos augurios en la escuela y en el instituto, dislexia. Sin embargo, Amanda intuía que su sobrino no tenía ningún problema en el cerebro, sino en el alma. Algún día su mente encontraría la forma de romper las barreras que le impedían crecer, sólo era necesario que llegara el estímulo conveniente.
- ...Res... tauración..., Cerámica,
- Ese, ese me gusta. Siempre he oído decir que la cerámica tiene algo especial, que te engancha. Hablan de ella como de un placer físico y mental, de la relajación que te produce la continua caricia del contacto con el barro y el agua, el placer de la creación emergiendo de tus propias manos...
Amanda se calló. Los tres jóvenes la miraban expectantes, subyugados. Su explicación y sus gestos habían sido tan expresivos que había contagiado sus sensaciones a los demás. Isma, sentado a su lado, fue el primero en reaccionar.
- Eso está muy bien. Pero, ¿por qué no pruebas algo más dinámico? ¿Por qué no te apuntas a Danza Contemporánea?
- Venga sí, mamá, danza sería estupendo.
-¡Pero que decís! ¿Estáis locos? ¿Cómo voy a apuntarme a danza si no se bailar? – Bromeó unos pasos para zafarse de la cuestión. – Vosotros lo que queréis es verme con tutú.
- Que no estamos hablando de ballet, Amanda. – Isma la sacó de su error. – Es Danza Contemporánea. No es una disciplina tan estricta como la clásica. Estoy seguro de que la puedes hacer.
- ¿Empezar a bailar?, ¿tú sabes la edad que tengo?
- Treinta y nueve. – Afirmó Ismael. - ¿No te acuerdas que rellené tu ficha para los masajes en el Salón? Eres joven, resistente y de movimientos felinos a pesar de algún kilito que te sobra. Tienes las condiciones físicas idóneas para ser una buena bailarina.
- Di que sí, que yo se lo llevo diciendo años. Que si hiciera un poco de deporte se pondría estupenda y se sentiría mucho mejor. Pero claro, como soy su hija no me hace ningún caso.
- Que te digo yo que no, que no se bailar, que no tengo sentido del ritmo, que hasta en las discotecas resulto sosa.
- Eso es porque todavía no has encontrado tu propio ritmo. Cada uno tiene el suyo, y estoy seguro de que el tuyo nace de muy adentro. Ya verás, ven un momento... – le propuso el mulato alargando el brazo invitándola a levantarse.
- ¿Adónde? – La mujer había accedido sumisa tendiéndole la mano solicitada, pero mantenía su reticencia.
- Al salón. ¿De que tienes miedo Amanda?, ¿no te fías de mi?
Algo en su mirada la convenció. Caminó decidida hasta el centro de la habitación seguida por todos incluida su perra, que siempre notaba cuando algo especial iba a ocurrir. Isma retiró la mesita de té consiguiendo así más espació libre.
- Gelo, coge el darbuka y comienza un canon tribal, lento pero que no te duermas. – el muchacho obedeció inmediatamente. – Y tú, Sofía, coros y palmas, como hemos hecho otras veces.
La música empezó a sonar, envolvente, cálida. Isma tomó la mano derecha de Amanda y la acercó abierta por la palma hasta su propio pecho.
- ¿Notas los latidos? – La mujer afirmó con la cabeza, incapaz de hablar. El contacto del pecho masculino la turbaba a la vez que la rendía. Su confianza en Ismael añadida a la certeza de su eficacia le pedían a gritos que se dejara llevar. - Este es mi primer ritmo, el de mi corazón. – Llevó después la mano de Amanda hasta su propio corazón. – Y este es el tuyo. Siéntelo. ¿Son iguales?
- Sí, pero no.
- Eso es. Los dos suenan igual, pon - pon, pon – pon, pero no tienen la misma frecuencia.
- Claro.
La obviedad de la afirmación empezó a desanimar a Amanda en sus expectativas. Intentó desasir su mano, pero Ismael la retuvo.
- Espera, ¿dónde vas?, no tengas prisa. En la danza pasa lo mismo. Todos tenemos nuestro propio ritmo, nuestra frecuencia, que además la podemos variar y adaptar a nuestro antojo. Sólo es necesario seguir y no olvidar el pon – pon de los tambores.
Asió ambas manos de la mujer en alto y empezó a dar pasos en redondo obligando a girar a Amanda que poco a poco dejó de resistirse y empezó a disfrutar del baile. Se dejaba hacer riéndose, siguiendo las vueltas y los giros que su pareja le indicaba. El joven se colocó a su espalda y la asió por las caderas.
- Eso era fácil, seguro que lo habías hecho miles de veces de niña en tus juegos. Ahora vamos a intentar alguna variación.
Con las manos empezó a amasarle el talle. Cadencias a la derecha y a la izquierda hasta que Amanda asimiló el nuevo ritmo. Entonces y con suavidad le estiró los brazos formando unas alas y empezó a acariciarlos de arriba abajo lenta y suavemente. Sus manos eran el único punto de contacto entre ellos, pero la mujer era consciente de la integridad del cuerpo humano que se mecía tras ella. Se sentía extasiada en la mística hipnótica de aquella armonía.
- ¿Lo ves?, la danza también te proporcionará el placer del contacto físico.
Cuando se detuvo al llegar a las axilas, Amanda sintió el aliento cálido de Ismael en su nuca. Se apartó sobresaltada, la magia había cesado.
- ¡Mamá, has estado estupenda! – Sofía miraba a su madre con el brillo en la mirada de quién acaba de disfrutar de un espectáculo.
- Sí, tía, eres la mejor. – Gelo silbaba y aplaudía dando rienda suelta a su entusiasmo.
- Baila otra vez mamá, por favor, un poquito más.
- Venga, dejaos de tonterías. Me voy a la cocina que tengo trabajo.
Una furtiva mirada le confirmó que Ismael había notado su turbación.
(Fragmento de la movela "Amanda erosionada")
2 comentarios:
No estoy segura de quién hizo la foto, creo que Jesús. En cualquier caso, gracias.
Centro Cultural del Matadero. 27 de Junio de 2007
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