Tengo un tesoro en mi biblioteca. Se trata de un ejemplar fechado el 8 de Junio de 1936, primera edición de esta editorial de la novela que narra con rigor histórico el motín de la Bounty.
Es un tomo que huele a rancio de papel amarillento áspero de estantería pública recorrida por el índice de ratones de biblioteca.
Se que ha perdido valor porque las tapas ya no son las originales. Con el paso del tiempo las tapas se iban despegando y colgaban de mala manera y mi hermano sin comentármelo siquiera lo llevó a que lo encuadernaran de nuevo. Me fastidia, pero no se lo reprocho, hoy hubiera reaccionado de otra manera, pero entonces seguramente hubiera hecho lo mismo.
Es un libro hermoso con sobrias ilustraciones que retratan el ambiente de a bordo. El vocabulario marinero identificando cargos, labores y partes del barco, era tan desconocido para mi en forma y significado que dificultaba la lectura tanto como la abundancia de palabras en otros idiomas y los nombres geográficos de tantos lugares lejanos y misteriosos para una niña de apenas once años recién cumplidos, habitante de una pequeña capital de provincias de la España de aquel entonces, pero su lectura embriagaba mi emoción con nuevos sentimientos y ansias de aventuras más allá de las que ofrecían las habituales lecturas para niños.
Sí todavía permanece en mis manos este libro no es porque lo robara, fueron circunstancias propias del miedo de una niña tímida las que me llevaron a quedármelo, y es una historia triste.
Finalizaba el mes de Junio y las vacaciones habían llegado antes a mi curso de ingreso a enseñanza secundaria que las de mi hermano todavía alumno de primaria que asistía a clases solo matinales. Mi prima casi hermana me propuso un paseo para ir a buscarlo a su escuela y volver juntos a casa a la hora de comer. Al cruzar el Coso, la calle principal de mi ciudad, seguí a mi prima sin prestar mi propia atención, y la mala suerte provocó que entre la poca circulación de la época, una moto no acertara a frenar ni a esquivarme, y me atropelló.
No voy a describir las heridas sufridas, solo comentaré que me mantuvieron unos diez días de reposo en casa. Fue cuando pude levantarme de la cama y poder salir de casa, que me di cuenta de que el plazo de devolver el libro a la Biblioteca Infantil Blancanieves, de la que era habitual usuaria, se había pasado. El miedo al castigo me impedía devolverlo con fuerza que superaba al deseo de poder cambiarlo por otro que calmara mi adicción a la lectura.
Afortunadamente no pasó mucho tiempo antes de que los planes municipales trasladaran la sede de la biblioteca al torreón izquierdo del Casino anexionándola a la sede de la biblioteca pública para adultos. Con mucho miedo me acerqué con las manos vacías al nuevo enclave para darme de alta esperando que no guardaran mi nombre en una lista de "morosos".
Tuve suerte y un nuevo carnet me volvió a ofrecer filas de estantes llenos de libros a mi alcance.
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