(Algunas veces crear una obsesión positiva y fácilmente disociable de la realidad es el mejor antídoto contra la depresión.)
Érase una vez una mujer que intentando sobrevivir a una vida de soledad sin ilusión, que no la llevaba más que a la más profunda tristeza, abandonó su hogar.
Haciendo acopio de víveres, se encerró en la casa vacía de unos amigos que habían partido para unas largas vacaciones.
Por su propio deseo no se lleva nada que pueda recordarle su pasado. Ni fotos, ni música, ni libros.
Los quehaceres cotidianos de su nueva vivienda entretenían su tiempo pero no llenaban su pensamiento, pronto la monotonía volvió a sumirla en la angustia. Desconectó televisión y teléfono. Decidió escuchar únicamente el silencio, permitir que los sonidos propios de si nueva casa invadieran su mente y acallaran su incesante y viciado pensamiento.
En primer lugar se evidenciaron los ruidos exteriores, los provenientes de la calle, que estaban presentes durante la mayor parte del día: el sonido de los motores de los coches y de las motos que hacían incluso temblar los cristales de las ventanas, las campanas de la iglesia cercana, obreros trabajando, rumor de voces, gritos aislados, aullar de sirenas, perros ladrando.
Por la noche el tráfico se amansaba, era entonces cuando emergían con mayor intensidad los sonidos interiores de la propia casa: el taconeo de la vecina del piso de arriba, puertas que se cerraban, el crujir de las paredes, el viento en las persianas, el correr del agua de las cisternas, toses en el baño.
Quizás fue la coincidencia de algún sonido con su pensamiento, lo que la llevó a imaginar que podía comunicarse con la casa. No estaba segura de si era ella la que necesitaba hablar aunque fuera con un ser inanimado, o era la casa la que tenía interés en contarle algo. ¡Qué más da una duda tan trivial cuando intentas librarte de la depresión!
Poco a poco estableció con la vivienda un código de señales muy sencillo, un ruido aislado quería decir sí, dos seguidos querían decir no. Al principio no estaba demasiado atenta, pero las primeras casualidades la hicieron sonreír con ironía. Le resultaba curioso que cuando más necesitaba oír un sí, sonara una vez el claxon de un coche, o que cuando sus pensamientos la llevaban por el camino de la desesperación, uno doble le dijera no.
La mujer sabía que esta comunicación no era real, solo un sin sentido, un juego, pero era tan fácil seguirlo. Le empezó a resultar tan reconfortante que decidió continuar su conversación surrealista con la casa. Con el tiempo identificó nuevos mensajes, un sonido continuo estridente le decía que andaba perdida, que debía replantearse la dirección de sus pensamientos. Un sonido retumbante, como de redoble de tambores, le anunciaba una verdad, una idea clave que se avecina...
Su continua divagación conversando con la casa evolucionó de múltiples maneras, incluso llegaban a gastarse bromas, chispas de felicidad en el corazón de la mujer, que se sentía amada, importante. Su humor cambió. Empezó a sentirse con fuerzas para enfrentarse de nuevo a la vida diaria, pero todavía convalecía de su reciente depresión. Además, en ella se había despertado un gran interés por su relación con la casa. Aunque se reconocía agarrada a un clavo ardiendo, como un niño que ha creado un amigo imaginario para huir del miedo y la soledad, decidió quedarse unos días más. Sabía que no era más que una excusa para retardar su vuelta al mundo, pero se encontraba tan dolorida que necesitaba mimarse un poco más y lamer sus heridas.
Con sus escasos conocimientos científicos elaboró una teoría según la cual, aunque la comunicación con los seres inanimados es imposible para la mayoría de las personas, ella era una privilegiada capaz de traspasar los umbrales comunes de percepción. Sabía que los demás la llamarían loca, pero en todo caso era la locura que ella misma se había creado y no a la que se veía empujada por esa sociedad que tan hostil le resultaba. Sentirse especial, tan único y diferente como cada uno de nosotros somos en la vida. Imprescindibles e irrepetibles.
Ella había encontrado esperanza, su victoria personal. Con la serenidad del tahúr que esconde un comodín en la manga, abrió la puerta, salió a la calle y se dio cuenta de que toda la ciudad le hablaba.
(Cuento perteneciente a la colección "finales felices"
1 comentario:
Despacho. Dibujo digital perteneciente a la colección "detalles delicados"
Publicar un comentario