J: Diana, de sobras sabes que tú y yo somos tan iguales como un par de zapatos.
D: (Ofendida) - Te confundes, Jorge. Somos iguales, pero a la vez muy distintos.
J: ¿Distintos en qué?. A ver, explícamelo. (Se para un momento y contempla a su amiga con semblante interrogativo) – De todos modos, no se que te pasa hoy conmigo, pero estás francamente antipática.
D: Perdóname, no es contigo, es con el mundo. Será la resaca que no se me ha pasado ni con el remojón en la piscina.
J: Venga, cuéntame eso. ¿En qué somos tan distintos tú y yo?
D: En todo, en la concepción que tenemos de las cosas, de la amistad, del amor, del sexo,...
J: ¡¿En el amor, en el sexo?!. Pero, Dianita, tú y yo somos iguales, depredadores natos. ¿O es que esos jovencitos con los que te vi anoche no eran moscardones presos en la tela de araña esa que llevabas como vestido.?
D: Me resulta interesante que puedas sentir celos de mí, pero otra vez te confundes, sólo eran un par de amigos. Muy guapos, la verdad, pero ambos tienen novia.
J: Mucho que les importan a ellos sus novias.
D: Mira, yo creo que sí, y de todos modos con que me importen a mi ya es suficiente. (Tapa con un gesto la boca de su amigo que iba a continuar.) – Sin comentarios. (Libera la boca de Jorge que se ríe y calla). - En el amor unos son cazadores y otros son presa. Como tú bien dices yo soy cazadora, como la diosa mitológica de mi nombre.
J: Cázame a mí.
D: Eso no vale, compréndelo. Cazar es un arte y yo soy virtuosa del verdadero espíritu deportivo de la caza.
J: Siempre podríamos ser pareja de cazadores.
D: No compares. Tu y yo no somos el mismo tipo de cazador.
J: A mí me gusta cazar conejitos. (Jorge bromea mientras mira ostensiblemente la camiseta de Diana con el anagrama de Play Boy.)
D: La diferencia no estaría sólo en las presas, sino en la ética del deporte.
J: ¿En la ética o en la etiqueta?
D: Vale, escúchame, esto es importante. Yo como cazadora siempre busco lo especial. Ojeo, rastreo, pero sin molestar mucho a las presas. Busco algo distinto, algo que despierte mi codicia, mi deseo de abatir la presa. Creo que en realidad lo que soy es pescadora, no mato, devuelvo la presa al río. Tu sin embargo no seleccionas. Lo cazas todo.
J: Ahora me vas a decir que uno de esos niñatos de los que te gusta rodearte es tu ideal.
D: Deja eso, no es un tema del que me apetezca hablar contigo.
J: Sigue hablando de caza.
D: Mira no, me he acordado de algo. El otro día alguien comentaba que la pareja perfecta de un sádico era un masoquista. (Jorge asiente con un gesto.) - Yo no estaba de acuerdo. Yo creo que un sádico no puede sentir placer haciendo daño a alguien que desea que le hagan daño, y que por lo tanto disfruta.
J: Sí, ¿por qué no?
D: Porque debe ser frustrante no causar daño sino placer cuando tú lo que buscas...
J: No me vengas con razonamientos filosóficos. Un sádico, (La mirada de Jorge muestra un brillo acerado de crueldad que asusta a Diana) - es una máquina de hacer daño, no le importa el quién, no le interesan sus victimas, lo que sienten ni las consecuencias de sus acciones. Sólo hace cada vez más daño.
D: Entonces me estás dando la razón. ¿Cómo puede ser perfecta una relación cuyo final feliz lleva a la muerte?.
J: Ya se sabe. Lo bueno si breve... (Diana permanece callada. Jorge sabe que la ha herido, pero incapaz de disculparse, intenta cambiar el tono de la conversación.) - Pero, ¿a qué viene esta tontería del sadismo?
D: Comparaba a un cazador con un sádico. Quería que comprendieras la diferencia entre nuestras éticas de caza...
J: (Se acerca más a su amiga y la besa. Le habla con tono meloso, seductor) – Déjate de éticas de caza que ya me has puesto muy cachondo.
(Fragmento inutilizado)
1 comentario:
Diana en la terraza. Dibujo digital perteneciente a la colección "Personajes"
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