La actual reforma del supermercado que llevaba casi dos décadas siendo mi comodidad de frigorífico abierto casi todo el día, me ha causado molestias. Ese egoísmo de primer mundo que no tengo que buscarme la vida y que tengo un muy fácil día a día, y de pronto me desconcierta el hecho de que durante dos meses voy a tener que desplazarme unos minutos y buscar otro supermercado dónde abastecer mi despensa. Miseria comparable a tantas que han estado viviendo otras personas durante la pandemia, por restricciones de hostelería que le perjudicaban el tomarse el café de media mañana o la caña de la tarde en el bar de siempre, por ejemplo. Naderías.
Se que este supermercado ya no va a ser el que era, y que cambios hechos para optimizar el servicio desde su punto de vista me restan privilegios, me queda patente que han suprimido el doble acceso para clientes anulando la puerta que yo utilizaba y tendré que caminar media vuelta al recinto para entrar. Molestias que olvidaré en cuanto asimile las nuevas rutinas de mi a diario sin importancia.
Ninguno de estos sentimientos es comparable a la considerable alegría que le ha dado a mi conciencia ecológica al importante tamaño del huerto de energía solar que la reforma ha plantado en el tejado. No solo por lo que veo, sino también por lo que deduzco. Veo los huecos sin cultivo solar, debidos seguramente a que son zonas de tejado que el sol apenas alcanza porque se trata de un edificio de planta baja rodeado de altas torres de viviendas. Es entonces cuando mi memoria exalta mi imaginación porque son varias calles y avenidas de tejados planos en edificios de muchas plantas ofreciendo su suelo al sol. Serían hectáreas de cultivo de energía para una ciudad que presume de sostenible, y esta imagen privada vale más que mil palabras.
Recuerdo que hace unas tres décadas el Ayuntamiento o quizás la DPH ofrecieron préstamos a muy bajo interés y largo periodo de devolución para que los edificios de la ciudad arreglaran sus fachadas, medida que dio fruto a que fuera emergiendo la belleza de muchas casas que permanecían ocultas en la cochambre y el desconchado, y los paseos por la ciudad fueron mucho más placenteros.
¿Acaso no se podría hacer algo parecido en este asunto?
Yo personalmente sugeriré al Ayuntamiento esta propuesta a la que podría destinar parte del presupuesto (no gastado en pasadas y por gastar en próximas) Fiestas Laurentinas, para que nuestros tejados enciendan el mayor número posible de "parrillas" solares en honor al Santo Patrón de la ciudad.
No me engaño, una mujer mayor y sola no es nadie para esta sociedad de consumo y excusa fácil, pero otros llegarán a las mismas conclusiones que yo, si no lo han hecho ya, y las verdades innegables acabarán por hacerse respetar.
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