La casa donde transcurrió mi infancia agoniza descarada a la vista de cualquier transeúnte.
Ruinas intocables, sin derecho al abatimiento, porque al derribar los edificios colindantes descubrieron que una de sus paredes perteneció a una villa romana.
Es fácil asumir su enclave de rancia alcurnia, puesto que sus ventanas otean la antaño importancia de la actual calle de Quinto Sertorio, vía que conduce a la plaza más alta de la vieja Osca, la del Museo Arqueológico, cuyas paredes, actuales y supuestas siempre albergaron nobleza.
Los restos de las pinturas bimilenarias delatoras de su grandeza, esperan desprotegidas que el paso del tiempo y los elementos la conduzcan al olvido, por eso mi testimonio virtualmente infinito de la solera de los muros que ocultaron los juegos de mi niñez
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