Amanda se despertó tarde, sobresaltada con las campanadas del reloj de la iglesia anunciando el mediodía. Frida ya estaba arañando la puerta de su cuarto, reclamando su atención, su compañía. La dejó entrar. Abrió la puerta acristalada de la terraza y miró al exterior. Una mañana radiante, por la noche refrescaría pero el sol del invierno que avanza empezaba a calentar. La perrita se apresuró a salir y aprovechó para aliviar su urgencia en el suelo permitido. ¡Estupendo!, ya no había prisa. Se acordó de que no tenía que ir a comer a casa de sus padres, que aun estaban de trajín por los pintores. Una llamada telefónica para interesarse por ellos sería suficiente.
Se sentía sucia, pegajosa por el sudor nocturno. Se acordó del jacuzzi. Aunque había uno en el gimnasio, no lo había utilizado todavía, no le apetecía compartir su baño con nadie. Pero el de su prestada nueva vivienda sí iba a utilizarlo.
Me baño, me visto, desayuno, y nos vamos a dar un largo paseo. – Le canturreó a su perrita a la vez que le acariciaba la cabeza y las orejas. Un alegre ladrido le demostró que Frida estaba de acuerdo.
Inspeccionó la bañera. Algunos de los símbolos le resultaban desconocidos, pero no tenía ningún problema con los de ducha / baño, caliente / fría. Tapó el desagüe y abrió el grifo. Curioseó los botes que había sobre la repisa de plástico rojo. Gorrearía los aromas de su casero. Ella no solía usar perfumes, ni siquiera un agua de colonia, pero le deleitaba aspirar los olores de los demás. Eligió un gel que presumía de añadir aceites esenciales con un ligero efecto estimulante. Derramó un chorrito junto al grifo del agua caliente y enseguida la espuma empezó a crecer como las claras de huevo a punto de nieve. Amanda aspiró. Olía a vainilla.
Se metió en la bañera. Con un suspiro demostró el placer que le proporcionaba la inmersión en el agua demasiado caliente para el gusto de la mayoría de la gente. Cerró unos instantes los ojos para alargar la sensación.
Bueno, ¿a ver cómo funciona esto?
Giró una llave y un abanico de chorritos le dio directamente en la cara. La cerró rápidamente.
¡Vaya por Dios, el hidromasaje!, ahora tendré que secarme el pelo. - Se dio cuenta de que una vez más estaba hablando en voz alta, pero le daba igual una nimiedad como esa después de todo lo que le estaba pasando – Entonces, tiene que ser esta.
Acertó y las burbujas empezaron a borbotar a su alrededor. Se recostó y cerró nuevamente los ojos para disfrutar por completo del relax.
¡Hombre, pues no está mal esto del jacuzzi!
Se sentía bien. Le resultaba anacrónico pensar en los pocos placeres que se concedía. Nunca había estado en una sauna, y era la primera vez que se metía en un jacuzzi. Su estilo de vida se podría calificar de austero.
Se removió para apartar de su mente pensamientos que podrían entristecerla. Al frotar sus muslos entre si, sintió un instante de excitación. Se sorprendió alzando las cejas. Era la primera vez en mucho tiempo que su cuerpo manifestaba estar sexualmente vivo. Notó como las burbujas acariciaban su piel en diferentes zonas. Era una sensación placentera. Su deseo aumentó. Continuó frotando sus ingles para complacerse con la sensación. Su mano derecha sopesaba la orden de atrincherarse en el pubis, pero se detuvo.
Amanda era lo que podríamos llamar una mujer poco cachonda. Vida sexual activa estándar desde la adolescencia, pero aunque le costaba poco ponerse en acción cuando la reclamaban, pocas veces había sentido auténtico deseo.
Nunca se había masturbado como para llegar al orgasmo. Se acariciaba a veces con mirada lasciva para excitar a su marido, pero era puro teatro. Ella tenía su propia concepción del sexo. Pensaba que el verdadero gozo estaba en ese instante de felicidad suprema previo al clímax, en el que sientes placer en todas las células de tu cuerpo, sabes que tu compañero siente lo mismo que tú, y la certeza de que vais a satisfaceros mutuamente. El acto en sí mismo le parecía gimnasia encaminada al orgasmo producido por la correcta manipulación muscular.
Su mano decidió por ella. Empezó a acariciar el vello de su monte de Venus. Daba pequeños tironcitos haciendo mover sus labios que se frotaban entre sí. Empezó a acariciarlos con un dedo a lo largo, desde fuera. Su clítoris empezó a asomarse por la boca freudiana. Lo acarició, pero había perdido la excitación. Había durado sólo hasta que su mente perezosa opinó. Le parecía sin sentido empezar lo que seguramente no acabaría siendo más que otro sofocón insatisfecho. El sexo por el sexo era una estupidez. Excitarse de propio para conseguir con suerte el éxito de un orgasmo. Como si fuera un trofeo.
Amanda había intentado masturbarse un par de veces la primavera pasada, alguna fría noche que había añorado presencia masculina en su cama. Los resultados habían sido desastrosos. Nerviosa insatisfacción física, desolación en su alma solitaria. Había abandonado la onanista costumbre sin repetir las ocasiones. Creía que nunca más disfrutaría de los placeres de la carne, pero se auto consolaba pensando que no tenía derecho a quejarse, ¡cuántas mujeres desearían haber disfrutado su sexualidad la mitad de lo que ella lo había hecho!. El recíproco conocimiento de su cuerpo y del de su marido, su desinhibición a la hora de buscar nuevas caricias les había asegurado placeres que creían poco habituales entre otras parejas, mucho menos con tantos años de convivencia como ellos.
La columna de hidromasaje que tenía ante la vista le trajo a la memoria una escena de la película “Brujas”. La había visto hacía unos años con su hija Sofía y se habían reído mucho cuando contaron lo de masturbarse con la ducha. ¿Y si probaba ahora?
¿Por qué no?
Se levantó y cogió la ducha teléfono. Dejó correr el agua. Con la mano izquierda abrió sus labios y dirigió el chorro del agua directo hacia sus genitales. Lo retiró inmediatamente como si quemara a la vez que sus rodillas se doblaban sin poder soportar la sensación. ¿Qué había sido eso?. Nunca había sentido una excitación tan intensa. Volvió a repetir la operación, idéntico resultado. Mejor se sentaba. El agua amortiguaba el impacto y pudo dirigir a su antojo la alcachofa del surtidor. Apretando las nalgas, emergía el pubis hasta recibir la caricia en su clítoris con la intensidad que mayor placer le daba. Escasos instantes habían pasado cuando Amanda, el cuerpo en completa tensión, los ojos cerrados recibiendo las gotas de agua que rebotaban desde su vulva, sin proferir el más mínimo gemido, disfrutó de un inesperado orgasmo.
Su corazón se esforzaba por mantenerse dentro del pecho. El éxtasis continuaba. El sonido de la respiración buscaba su ritmo acompañado únicamente por el borbotar del agua y la corriente de la ducha. Aun tardó casi un minuto antes de cerrar la llave. Lo hizo con desgana, cansina. No en vano acababa de caer el probablemente último pilar que sostenía su pasado. Un suspiro que acabó transformándose en una sonrisa irónica, y volvió a recostarse para seguir disfrutando de su baño.
“¡Manda huevos!. Menos de un minuto. Un maldito minuto me ha costado recibir un orgasmo. Toda una vida de pareja justificada como perfecta por llevar una vida sexual interesante, y ahora descubro que me cuesta menos de un minuto conseguir el idolatrado orgasmo. ¡Esto sí que es un polvo rápido!. Tanto discurrir. Rutinas inventadas para no caer en la rutina. Recursos. Películas porno, fantasías compartidas. ¡Que tontería!. Todo es mucho más fácil. Satisfacción sexual como quien se hace un lavado de bajos”.
Amanda no podía creer que aquello fuera tan fácil. Sería que la había cogido con muchas ganas. Quito el tapón del desagüe. Las yemas de sus dedos empezaban a arrugarse. Iba a salir pero en su lugar cogió el cabezal de la ducha. ¿Qué pasaría si lo intentaba otra vez? Así sentada la sensación llegaba de otra manera pero era igual de excitante y placentera. No había terminado de vaciarse la bañera que su cuerpo se agitó con la llegada de un nuevo orgasmo. Esta vez respiraba entrecortada a la vez que profería escuetas risas intermitentes. Se sentía agotada cuando renqueante se puso en pie.
¡Dios mío, qué cansado es esto! - exclamó sonriente a la vez que salía de la bañera. Se anudaba el albornoz cuando, al sentir la tensión de sus muslos por el esfuerzo físico realizado, añadió. - ¡Bueno!, mi culo me lo agradecerá.
Su exclamación había sonado muy frívola, pero mientras terminaba de secarse y vestirse sus pensamientos no lo eran tanto. Un nuevo reto vencido sin haber sido lanzado. Para mayor autosuficiencia en su autista soledad, Amanda era capaz también de procurarse placer a sí misma, con la misma precisión que lo haría el amante más solicito.
(Fragmento perteneciente a la novela "Amanda erosionada")
1 comentario:
Relax, dibujo digital perteneciente a la colección "Sensaciones"
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