...
D: Estate quieto o te lo juro que me voy. Ve a mirar esas fotos. (Añade conciliadora) – Es importante para mí.
(Evidentemente enojado pero conteniéndose, Jorge sale de la piscina. Se seca un poco con la toalla y se dirige de nuevo a la mesa.) – Espero que sea importante, porque ya me estoy cansando de tus caprichos.
(Diana sale de la piscina. Se abrocha el albornoz frotándose con las manos para estimular la reacción de su piel al contacto con el aire fresco después de la temperatura caliente del agua de la piscina climatizada. Se acerca a su amigo que sigue mirando las fotos. Se sienta a su lado y observa con él).
D: Es la foto de tu orla de fin de carrera. (Jorge parece sordo, ninguna reacción, como si no hubiera oído la voz de su amiga.) – Ya me parecía a mí que te recordaba más rubio. (Le acaricia el cabello.) – Aunque pronto se te volverá a aclarar con tanta cana. Bueno, dicen que así es más difícil quedarse calvo.
J: Estate quieta. Déjame pensar.
D: ¿Qué tienes que pensar? Está todo muy claro. Eres hijo de mi tío Javier, el hermano menor de mi madre que murió en un accidente de esquí antes de que yo naciera.
J: ¡Qué me muera aquí mismo si alguna vez sospeché algo así! (Empieza a reírse con una euforia patológica) – Toda la vida preguntándome... porque estaba claro que mi padre no era mi verdadero padre. Las fechas no concordaban. Y mi madre sin soltar prenda. Y la paliza que le di a aquel tío cuando insinuó algo parecido.
D: ¿Paliza?, ¿de qué estás hablando?
J: De nada, de cuando perdí la prorroga por estudios y tuve que hacer la mili. Un tío que dijo en el casino que yo era un Torres y le partí la cara contra la barra. Y yo que creía que se refería al taxista.
D: No se, Jorge, me asustas mucho cuando te oigo hablar así.
J: No hagas caso, Di, ataques de furia de la juventud. (Empieza a abrazar, casi zarandear a Diana que se levanta hasta pararlo.) – Entonces, Di, tu y yo, ¿Qué somos? ¿Primos?
D: Primos hermanos.
J: (Empieza a meterle mano por debajo del albornoz.) - Por eso me pones como me pones. Ya lo dice el refrán. El primo a la prima se arrima, y si es hermana, con más gana.
D: (Se protege como puede de las caricias de Jorge, que desiste, y empieza a vestirse de nuevo) - Estate quieto por favor, Jorge, ¿es que nunca vas a aprender a tomarte las cosas en serio?
J: A ver, Diana, ¿qué quieres que me tome en serio?
D: Acabas de saber quien era tu verdadero padre.
J: No me vengas con monsergas de culebrón. Soy huérfano de padre hace años, y acabo de heredar otro padre muerto. ¿De verdad esperas que me emocione?
D: Pero también has heredado tus orígenes, tu familia.
J: ¿Familia? No me seas dogmática. (Diana calla, así que sigue hablando, despectivo). – La familia. Mucho que significa para ti la familia. Siempre has estado tan sola como yo. ¿Ya no te acuerdas?
D: Pero tu herencia...
J: ¿Qué herencia?, no la necesito. Ser el hijo ilegítimo de una de las familias bien de la ciudad, un bastardo al fin y al cabo. Prefiero dejar las cosas como están.
D: Puede significar un gran cambio en tu vida.
J: Yo cambio mi vida. Día a día, cuando se me antoja. Yo decido lo que es importante para mí.
D: Y si no, dejas que el azar decida.
J: ¿El azar? ¿Qué quieres decir?
D: Lo que oyes, nada más. (Como su amigo la sigue mirando interrogativo continúa) – que muchas veces el azar te ha beneficiado a la hora de tomar tus decisiones.
J: Habla claro, Dianita, ya sabes que no me gustan las adivinanzas.
D: (Conciliadora) - No te enfades. Sólo quería decir que la suerte te ha ayudado. Bueno, más que suerte, Jorge. Lo que se comenta por ahí...
J: ¡Ah, sí! Cuéntame, ¿Qué es lo que se dice por ahí? ¿Qué me llaman? ¿Tramposo?
D: No exactamente. Nadie habla de trampas, pero sí de que eres un jugador de ventaja. Que alguna vez te aprovechaste de la borrachera de tus rivales.
J: Envidiosos. ¿Y tú te lo has creído?
D: No, Jorge, no me lo he creído, porque yo soy la estúpida que no pierde la confianza en ti. Pero si quieres que te diga la verdad también se que podrías haberlo hecho.
J: (Se ríe satisfecho al escuchar a su amiga. Le divierte escandalizarla un poco. Empieza a hacerle caricias como cosquillas) - ¿De verdad? ¿Tan falto de moral me ves? ¿Me crees capaz de hacer trampas jugando?
D: (Se quita de encima las manos de su amigo) - Yo te creo capaz de todo.
J: Pues tranquila, Di, no he hecho nunca trampas. ¿Para qué?, no me ha hecho falta.
D: (Risa irónica) - Pero mira que eres chulo.
J: Sí es que es verdad, la gente se pone a jugar sin saber, y encima se pican creyendo que no les puede pasar a ellos, que no pueden perder. Hay que saber parar a tiempo.
D: Jorge, que yo te conozco, y se cómo te gusta jugar.
J: Como a todos, supongo, una lucha emocionante y una victoria rápida.
D: (Indignada) - De eso nada. Pero, ¿Cómo puedes hablar así? ¡Qué indulgente eres contigo mismo, o que mala memoria tienes! Mírame. Que soy yo, Diana, que a mi no me puedes engañar, que he jugado miles de partidas contigo, que se como te gusta no solo ganar, sino que si puede ser, humillar al contrario, aniquilarlo.
J: No seas rencorosa, Dianita, que porque te haya ganado muchas veces no te tienes que poner así.
D: Que no estoy hablando de eso, que a mi no me importa perder.
J: ¿Me quieres decir que tú no juegas a ganar?
D: ¡Claro que sí!, y me gusta ganar. Pero perder una partida de damas o de ajedrez no me parece importante. Se termina y empieza otra. Sin embargo para ti cada partida es a muerte.
J: Es que me gusta poner pasión en todo lo que hago. Además, si lo miras bien ¡vaya putada! Ya se sabe, “afortunado en el juego, desgraciado en amores”.
(Nuevamente intenta acariciar a Diana y nuevamente es rechazado.)
D: ¡Venga, tío!, que tú no has sufrido por amor en la vida.
J: Tú me has hecho sufrir.
(Diana tiene que respirar profundamente para apartar de su mente los humillantes recuerdos que no está dispuesta a reprochar)
D: Estate quieto o te lo juro que me voy. Ve a mirar esas fotos. (Añade conciliadora) – Es importante para mí.
(Evidentemente enojado pero conteniéndose, Jorge sale de la piscina. Se seca un poco con la toalla y se dirige de nuevo a la mesa.) – Espero que sea importante, porque ya me estoy cansando de tus caprichos.
(Diana sale de la piscina. Se abrocha el albornoz frotándose con las manos para estimular la reacción de su piel al contacto con el aire fresco después de la temperatura caliente del agua de la piscina climatizada. Se acerca a su amigo que sigue mirando las fotos. Se sienta a su lado y observa con él).
D: Es la foto de tu orla de fin de carrera. (Jorge parece sordo, ninguna reacción, como si no hubiera oído la voz de su amiga.) – Ya me parecía a mí que te recordaba más rubio. (Le acaricia el cabello.) – Aunque pronto se te volverá a aclarar con tanta cana. Bueno, dicen que así es más difícil quedarse calvo.
J: Estate quieta. Déjame pensar.
D: ¿Qué tienes que pensar? Está todo muy claro. Eres hijo de mi tío Javier, el hermano menor de mi madre que murió en un accidente de esquí antes de que yo naciera.
J: ¡Qué me muera aquí mismo si alguna vez sospeché algo así! (Empieza a reírse con una euforia patológica) – Toda la vida preguntándome... porque estaba claro que mi padre no era mi verdadero padre. Las fechas no concordaban. Y mi madre sin soltar prenda. Y la paliza que le di a aquel tío cuando insinuó algo parecido.
D: ¿Paliza?, ¿de qué estás hablando?
J: De nada, de cuando perdí la prorroga por estudios y tuve que hacer la mili. Un tío que dijo en el casino que yo era un Torres y le partí la cara contra la barra. Y yo que creía que se refería al taxista.
D: No se, Jorge, me asustas mucho cuando te oigo hablar así.
J: No hagas caso, Di, ataques de furia de la juventud. (Empieza a abrazar, casi zarandear a Diana que se levanta hasta pararlo.) – Entonces, Di, tu y yo, ¿Qué somos? ¿Primos?
D: Primos hermanos.
J: (Empieza a meterle mano por debajo del albornoz.) - Por eso me pones como me pones. Ya lo dice el refrán. El primo a la prima se arrima, y si es hermana, con más gana.
D: (Se protege como puede de las caricias de Jorge, que desiste, y empieza a vestirse de nuevo) - Estate quieto por favor, Jorge, ¿es que nunca vas a aprender a tomarte las cosas en serio?
J: A ver, Diana, ¿qué quieres que me tome en serio?
D: Acabas de saber quien era tu verdadero padre.
J: No me vengas con monsergas de culebrón. Soy huérfano de padre hace años, y acabo de heredar otro padre muerto. ¿De verdad esperas que me emocione?
D: Pero también has heredado tus orígenes, tu familia.
J: ¿Familia? No me seas dogmática. (Diana calla, así que sigue hablando, despectivo). – La familia. Mucho que significa para ti la familia. Siempre has estado tan sola como yo. ¿Ya no te acuerdas?
D: Pero tu herencia...
J: ¿Qué herencia?, no la necesito. Ser el hijo ilegítimo de una de las familias bien de la ciudad, un bastardo al fin y al cabo. Prefiero dejar las cosas como están.
D: Puede significar un gran cambio en tu vida.
J: Yo cambio mi vida. Día a día, cuando se me antoja. Yo decido lo que es importante para mí.
D: Y si no, dejas que el azar decida.
J: ¿El azar? ¿Qué quieres decir?
D: Lo que oyes, nada más. (Como su amigo la sigue mirando interrogativo continúa) – que muchas veces el azar te ha beneficiado a la hora de tomar tus decisiones.
J: Habla claro, Dianita, ya sabes que no me gustan las adivinanzas.
D: (Conciliadora) - No te enfades. Sólo quería decir que la suerte te ha ayudado. Bueno, más que suerte, Jorge. Lo que se comenta por ahí...
J: ¡Ah, sí! Cuéntame, ¿Qué es lo que se dice por ahí? ¿Qué me llaman? ¿Tramposo?
D: No exactamente. Nadie habla de trampas, pero sí de que eres un jugador de ventaja. Que alguna vez te aprovechaste de la borrachera de tus rivales.
J: Envidiosos. ¿Y tú te lo has creído?
D: No, Jorge, no me lo he creído, porque yo soy la estúpida que no pierde la confianza en ti. Pero si quieres que te diga la verdad también se que podrías haberlo hecho.
J: (Se ríe satisfecho al escuchar a su amiga. Le divierte escandalizarla un poco. Empieza a hacerle caricias como cosquillas) - ¿De verdad? ¿Tan falto de moral me ves? ¿Me crees capaz de hacer trampas jugando?
D: (Se quita de encima las manos de su amigo) - Yo te creo capaz de todo.
J: Pues tranquila, Di, no he hecho nunca trampas. ¿Para qué?, no me ha hecho falta.
D: (Risa irónica) - Pero mira que eres chulo.
J: Sí es que es verdad, la gente se pone a jugar sin saber, y encima se pican creyendo que no les puede pasar a ellos, que no pueden perder. Hay que saber parar a tiempo.
D: Jorge, que yo te conozco, y se cómo te gusta jugar.
J: Como a todos, supongo, una lucha emocionante y una victoria rápida.
D: (Indignada) - De eso nada. Pero, ¿Cómo puedes hablar así? ¡Qué indulgente eres contigo mismo, o que mala memoria tienes! Mírame. Que soy yo, Diana, que a mi no me puedes engañar, que he jugado miles de partidas contigo, que se como te gusta no solo ganar, sino que si puede ser, humillar al contrario, aniquilarlo.
J: No seas rencorosa, Dianita, que porque te haya ganado muchas veces no te tienes que poner así.
D: Que no estoy hablando de eso, que a mi no me importa perder.
J: ¿Me quieres decir que tú no juegas a ganar?
D: ¡Claro que sí!, y me gusta ganar. Pero perder una partida de damas o de ajedrez no me parece importante. Se termina y empieza otra. Sin embargo para ti cada partida es a muerte.
J: Es que me gusta poner pasión en todo lo que hago. Además, si lo miras bien ¡vaya putada! Ya se sabe, “afortunado en el juego, desgraciado en amores”.
(Nuevamente intenta acariciar a Diana y nuevamente es rechazado.)
D: ¡Venga, tío!, que tú no has sufrido por amor en la vida.
J: Tú me has hecho sufrir.
(Diana tiene que respirar profundamente para apartar de su mente los humillantes recuerdos que no está dispuesta a reprochar)
(Fragmento de "Juegos Fatuos", telenovela)
2 comentarios:
Jorge en la terraza, dibujo digital perteneciente a la colección "Personajes"
Hola señorita Margarita :) resulto ser muy interesante su espacio y le felicito :), le agradeceria y a la vez seria muy
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