Aún tenía 10 años cuando di un estirón desmesurado tras pasar varios días en cama con la rubeola.
No recuerdo el motivo exacto que me llevó una mañana de viaje a Zaragoza acompañando a mi madre. Quizás sólo fui de carabina porque aprovechaba trayecto con su jefe, y no hubiera estado bien, en esos tiempos, que viajaran solos.
Faltaban pocos días para Reyes, y durante el paseo de tiendas de la calle Alfonso antes de emprender la vuelta, vimos en el hall de Sepu a Gaspar en su turno de compartir fotos con niños. El jefe de mi madre nos ofreció una para mí. El problema era que yo, aunque niña ingenua todavía, ya era más alta que el monarca, que por coherencia declinó la posibilidad de que me sentara en su regazo.
A todos nos pareció bien.
Sonríe, foto.
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