Era la noche de un viernes cualquiera de los muchos que, por aquel entonces, solía acudir a los generosos conciertos de la sala Edén. En el escenario Maui y los Sirénidos, una cantante y más de media docena de músicos, me hacían bailar muy a gusto.
A mitad del concierto Maui se vino arriba y lanzó al público varios ejemplares de su CD. Recogí el que cayó justo a mis pies, así que cuando finalizó la actuación, decidí entretenerme un rato coleccionando los autógrafos de los componentes que ya pululaban por la sala mezclándose con el público.
Maui fue la primera en firmar mientras me agradecía mi baile, que le había causado muy buen rollo. Sorprendida porque se hubiera fijado en mí, le devolví las gracias por la magnífica noche que nos habían regalado.
Entre canapé y canapé fui consiguiendo el resto de las firmas y, aunque parezca inaudito, cada uno de los músicos me repitió el mismo agradecimiento que la cantante.
No podía dar crédito, aquello estaba sucediendo al revés, se suponía que era yo la agradecida, más increíble me parecía que todos desde el escenario se hubieran fijado en mí, y que consideraran que mi actitud había favorecido el éxito.
Rotundo ejemplo de que el público es parte esencial de todo evento.